jueves, 16 de septiembre de 2010

Capítulo 5 - In Fraganti

A nadie le quita el sueño una mala costumbre. Hasta que alguien repara en ella y, hasta por ahí, se la cuenta a todo el mundo.

Pepita se tiró un pedo en el aula. Robertito se metió el dedo en la nariz. Pedrito se rascó y después te tocó la cara. Martincito hizo pis en la pileta. Manuelita fue al baño, no se lavó las manos y tocó las galletitas.
El bien y el mal. Lo correcto y lo incorrecto. Lo que permitimos para nosotros mismos, lo que señalamos en el otro.

El permiso. Pareciera que las pequeñas malas costumbres propias nacen de pequeños autopermisos inocentes. Y así, el mismo dedo que hurga es el que señala.
¿Pero si salpiqué la tapa y no la sequé, merezco un hombre de tapa levantada? No. La Idiota espera algo mejor en el otro, lo que sabe que tampoco es ella misma, no por defectuosa, sino por humana. Y por humana, culposa.
Y entonces, en nombre de la balanza, no la hija de puta que dejó en evidencia 2 kilos nuevos, sino la otra, la justiciera, permite.
Y permite. Y revienta en permisos, porque el permiso se convierte en la nueva y renovada mala costumbre del otro. Y andá a sacársela, a poner puntos sobre las Íes,sobre las "T", sobre las "N"... Que mientras formás una línea perfecta de tantos círculitos suspensivos, un montón de dedos hurgones te señalan el error.
Aunque todos nos comimos los mocos alguna vez. Algunos simplemente no lo recordamos, otros a conciencia, lo negamos, otros ¿peor?, lo justificamos.
Pero algo es cierto, cuando la mala costumbre propia comienza a quitar el sueño, y la mala costumbre ajena no es consuelo, tal vez el punto más certero es el punto final.

lunes, 13 de septiembre de 2010

Capítulo 4 - Conjuntivitis

La Idiota insistió en rascarse el ojo enfermo, y se contagió el bueno.

Cuando aprendí conjuntos me enseñaron que aunque una totalidad era, aparentemente, absoluuuutamente diferente, de repente, dos conjuntos podían compartir una hermosa intersección, ese punto donde todo confluye en comunidad.

Así, como Idiota, sin saberlo, y como trasladé el 1+1 a la vida cotidiana, me llevé eso también.
Lo que no aprendí bien fue que no todos los conjuntos pueden (NI DEBEN) unirse, y ahí estaba yo, luchando contra las matemáticas, que calcen a mi capricho, para que el 1 se me clave como un puñal en la espalda, y el otro 1 me pase rozando por el cuello. Olee.

No es tarde si se aprende: Mal herida pero no muerta.
Y Matemáticas, a Marzo.