Se te ve muy chiquito desde acá arriba, baby.
Cuando era chica, muy, muy chica, mi mamá me enseñó a atarme los cordones. Es una de esas cosas que toda persona aprende y después las hace sin pensar. Automatizada. Mecánica.
No me acuerdo del primer moño perfecto, pero sí me acuerdo de cómo me gustaban unos "mordedores" con cara del Pato Lucas que amarraban el laburo de horas de intento.
Con eso no se te salían ni ahí.
Vuelvo al presente, y entonces me encuentro con otra triste realidad. Cuando dejás de mirar la vereda, para apreciar la visual, o simplemente por llevar la cabeza a otro lado es cuando llegan las malas noticas al zapato.
Y entonces, lo que el pasto no quita, lo empasta, y el sorete de turno estaba jugando a 2 puntas nomás.
De tanto jugar que se los ató mal y se cayó al precipicio. La otra lo dejó y yo también.
Te prestaría a mis Patos Lucas, amiguito, para que aprendas a apreciar tus pequeños grandes logros.
Pero, si de beneficiencia se trata, te doy el beneficio de la duda: DUDO QUE NOS VOLVAMOS A VER.
miércoles, 30 de junio de 2010
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2 comentarios:
Buenisimo!!!
Me siento muy reflejada.....espero no ser idiota y caer de nuevo....
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